miércoles, 31 de octubre de 2018

HIENDELAENCINA. CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA

HIENDELAENCINA. CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA


HIENDELAENCINA (Guadalajara), es uno de esos pueblos cuya historia está todavía por descubrirse. Un pueblo que, de la nada, saltó a las primeras páginas de la prensa mundial al descubrirse, en 1844, las minas de plata, quizá, más importantes de Europa. 









Aquello fue un antes y un después en la vida sencilla de un pueblo perdido en la Serranía de Atienza. De aldea, a punto estuvo de convertirse en ciudad. Las páginas siguientes son una especie de “Memoria” de Hiendelaencina; en ningún caso una historia de la población, puesto que carecemos de los datos suficientes para llevarla a cabo con el rigor necesario. 






Son unas líneas que conforman páginas de historia que a través de crónicas y memorias escritas nos acercan a lo que fue, y pudo o quiso ser, Hiendelaencina.








 Es la 2ª edición de aquel “Crónicas para una historia”, en el que, actualizado y revisado, se incorporan los nombres de las gentes de Hiendelaencina que hicieron posible su prosperidad; el descubrimiento de sus minas de plata, a través de las leyendas y articulistas que dieron a conocer lo que allí sucedía; la visión que quedó de una población minera del siglo XIX. 














 El libro:

  • Tapa blanda: 280 páginas
  • Editor: Createspace Independent Publishing Platform (17 de junio de 2017)
  • 2ª Edición. 
  • Idioma: Español
  • ISBN-10: 1548163996
  • ISBN-13: 978-1548163990



El autor:


Su autor, Tomás Gismera, y su obra, han sido reconocidos en numerosas ocasiones, destacando premios recibidos como el "Alvaro de Luna", de historia, de la provincia de Cuenca, ( en dos ocasiones); "Eugenio Hermoso" (de Badajoz); "Serrano del Año" de la Asociación Serranía de Guadalajara", "Popular en Historia", del Semanario Nueva Alcarria; "Melero Alcarreño", de la desaparecida Casa de Guadalajara en Madrid; Alonso Quijano de Castilla la Mancha; Turismo Medioambiental del Moncayo, de Zaragoza; Paradores Nacionales; Radio Nacional de España;  Primer Encuentro Nacional de Novela Histórica; Recreación Literaria de Córdoba; Hispania de novela hisórica; Federación Madrileña de Casas Regionales; etc.


   En la actualidad es colaborador ocasional de varios medios de prensa, radio y televisión de Castilla-La Mancha y Castilla-León;  siendo habitual su firma, semanal, en el bisemanario de Guadalajara "Nueva Alcarria", edición papel, en donde lleva a cabo la sección "Guadalajara en la memoria"; así como en el digital "Henares al Día"; donde tiene a su cargo la sección "Gentes de Guadalajara"; habiendo sido colaborador de otros medios como "Cultura en Guada"; "Arriaca", Cuadernos de etnología de Guadalara, de donde ha sido vocal del Consejo de Redacción; etc. Siendo fundador, coordinador y director de la revista digital Atienza de los Juglares, de perioricidad mensual, fundada en 2009, y reconocida como una de las mejores, en este contexto, editadas en la provincia de Guadalajara, de repercusión nacional y carácter altruista.


jueves, 11 de octubre de 2018

HIENDELAENCINA: CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA. La minería cambió la vida de un pueblo que, decían, no tenía historia.



HIENDELAENCINA: CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA.
La minería cambió la vida de un pueblo que, decían, no tenía historia.

Tomás Gismera Velasco


   Fue uno de los historiadores más desconocidos de la Serranía de Atienza, Dionisio Rodríguez Chicharro, quien escribió la primera historia conocida sobre la localidad: “Memoria de Hiendelaencina”, obra que presentó, junto a otra numerosa colección de su autoría en la Exposición Provincial de Guadalajara, que se llevó a cabo en el palacio del Infantado en el otoño de 1876. Ninguna de sus obras se imprimió para conocimiento general. Probablemente la muerte de Dionisio Rodríguez nos privó de conocer la amplitud de sus trabajos. También se desconoce lo que sucedió con el conjunto de su obra, que permaneció en Miedes tras su muerte, si bien nos consta que sus trabajos contenían información de primera mano respecto a numerosas poblaciones, como nos consta que aquellos trabajos pasaron a los diccionarios. Uno de ellos, el tan traído y llevado de Tomás Madoz.


   Años antes, 1826, otro diccionario, el de Sebastián Miñano, nos deja también su reseña de Hiendelaencina:

   Hiendelaencina, L. S. de España, provincia y partido de Guadalajara, tierra de Jadraque, obispado de Sigüenza. A.P., 68 vecinos, 305 habitantes…

   Y nos permitiremos añadir la referencia a un tercer diccionario, el Nomenclátor de la Diócesis de Sigüenza de 1866, en el que, entre otras cosas, podemos leer:



   … Este pueblo ha llamado y sigue llamando por todas partes la atención por sus minas de plata, fuera de las cuales, nada tiene de particular.

   Al publicarse el último de ellos estaba en pleno apogeo el universo minero de la plata que lo cambiaría todo, al menos por unos años, antes de volver a despertarlo de aquel sueño que a lo largo de cincuenta o sesenta años hizo pensar que Hiendelaencina pasaría a ser una de las primeras poblaciones de España o, cuando menos, de Guadalajara: A vuelta de pocos años Hiendelaencina, pueblo casi olvidado del mapa, va a ser uno de los puntos más codiciados de los españoles y extranjeros. Escribía la prensa en la década de 1850.  

   Al respecto del pasado de Hiendelaencina, escribe Bibiano Contreras en su “País de la Plata”:
   Difícil es reconstituir la historia de un pueblo separando la verdad de la fábula; pero esta labor de benedictino resulta ineficaz cuando ese pueblo carece de tradiciones y leyendas, fuentes primitivas a que hay que apelar para descubrir el hecho histórico.

  Es por ello que la inmensa mayoría de autores que han escrito sobre Hiendelaencina lo han hecho basándose en las Relaciones Topográficas, el Catastro de Ensenada, o el tan traído y llevado Diccionario Madoz.



   Hasta entonces, mediados del siglo XIX, se decía que Hiendelaencina no tuvo historia. Que la historia de la localidad, olvidando los pormenores de la Reconquista, de la repoblación, de su paso por el sexmo del Bornoba, por la tierra de Atienza y de Jadraque, comenzaba un día del mes de junio de 1844, cuando un navarro, agrimensor oficial de la provincia, y de paso por la población, descubrió el primer filón de plata que daría pie al inicio de la gran historia industrial de Hiendelaencina. La que convirtió el pueblo en la meca de todo inversor; de cuantos trataban de alcanzar la gloria, la fortuna personal y monetaria con rapidez; a ser posible de la noche a la mañana.

  Hiendelaencina alcanzó la cumbre industrial a partir de 1844, al descubrirse los primeros filones de plata. A finales del siglo, cuando la industria comenzó a dar sus primeras bocanadas, Hiendelaencina ya no era la misma. Sobre el porqué de aquella pronta ruina minera, nos dejó reseña el segundo cronista de la provincia, Antonio Pareja Serrada:

   Sucedió lo que necesariamente había de suceder. Fundadas muchas de las minas sin orden ni concierto, sin plan fijo ni acaso recto fin, la actividad fue decreciendo; muchos se llamaron a engaño y mientras aumentaba el valor de las acciones en La Suerte, Santa Cecilia y otras explotaciones, bajaba la cotización de las demás hasta el extremo de venir la debacle minera y con ella la paralización de la naciente industria… 



   Cuando Pareja Serrada escribió lo anterior, a comienzos del siglo XX, de camino hacia la ermita del Alto Rey, Hiendelaencina había perdido gran parte de aquel sueño que dio comienzo sesenta años atrás. Un sueño en el que intervinieron desde el navarro agrimensor, Pedro Esteban de Gorriz, hasta el Médico de la localidad, Bibiano Contreras, también su padre; y muchos otros aventureros, e industriales, entre los que destacaron personajes como Antonio Orfila quien, además de ser por aquel entonces administrador del duque del Infantado, era Alcalde y Jefe Político de Guadalajara y su provincia y fue, sin lugar a dudas, el impulsor de la nueva Hiendelaencina. De la que comenzó a levantarse con nuevos materiales, dejando atrás el urbanismo de lajas de pizarra y ladrillos de adobe, materiales con los que hasta entonces se levantaron las casas que aun pueden observarse en el “barrio Bajero”, de la localidad.

   La plata, o la revolución minera, dio a Hiendelaencina una nueva iglesia, nuevas plazas, calles urbanizadas y todos los servicios de una gran ciudad, entre los que no podían faltar casinos, escuelas o teatros. Una ciudad que comenzó a crecer, desde los dos o tres centenares de habitantes, de comienzos del siglo XIX, hasta alcanzar los cerca de cinco mil de las décadas de 1860/70, sin contar la población ambulante de las instalaciones mineras. Con sus problemas de sanidad, insalubridad y, por supuesto, delincuencia.

   Hiendelaencina se inventó, o se reinventó, en la segunda mitad del siglo XIX. Levantó nueva iglesia en una nueva plaza. Creó un mercado popular, quizá el más popular de toda la provincia, y que más disgustos ocasionó a la iglesia, por celebrarse en domingo, y a pesar de que el urbanismo no miró hacia el lado del arte, sino a la construcción rápida, levantó inmejorables viviendas. De entre todas, según se contaba en la época, las mejores pertenecían a don Antonio Orfila, en la misma plaza Mayor, que se asemejaban, según las crónicas, a un palacio. Las casas de don Antonio Orfila, en las que pudieron habitar hasta doce o catorce familias las vendió su viuda cuando el siglo XIX comenzaba a dar las últimas bocanadas.

   Fue don Antonio Orfila, junto a Pedro Esteban Gorriz, de los primeros en hacer fortuna. Orfila continuó hasta su muerte en el negocio de la minería, entre otros muchos. Gorriz, en el inicio de la década de 1850, cuando Hiendelaencina era un nombre codiciado, vendió sus acciones en las minas de plata para convertirse en un hombre inmensamente rico. Invirtió en otros muchos negocios en su tierra y, como en tantas ocasiones sucede, sus descendientes liquidaron la hacienda.

   Mientras, a Hiendelaencina llegaron los inversores franceses e ingleses, y a tal grado llegó la fama, y el dinero que a manos llenas circulaba por la localidad, que a punto estuvo de tener línea de tren, e incluso de alzarse en capital de la Serranía, arrebatando el histórico derecho a la no menos histórica Atienza.



   Allí, entre sus calles, los mineros lucharon por sus derechos y los políticos se inventaron revoluciones con aires de cambiar los gobiernos del reino. Quizá nada extraño a una población que creció rápido, y muy por encima de la entonces capital provincial.

   Mucho de aquello se recoge en el libro que, a través de las crónicas de un tiempo, han ido conformando una historia. La de Hiendelaencina, que nos acerca a lo que fue, y pudo o quiso ser. El libro se presenta el próximo domingo, día 20, en el Centro Social de la localidad. Es una obra sencilla, pero que demuestra que Hiendelaencina, antes y después de la plata, tuvo historia. Una historia que ahora se recoge en eso, en un libro.

Nueva Alcarria. Viernes, 11 de agosto 2017

HIENDELAENCINA. CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA

HIENDELAENCINA: CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA



SE PRESENTÓ EL LIBRO “HIENDELAENCINA, CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA”


   En la tarde del domingo día 20 de agosto, dentro de la programación cultural que preludia las fiestas patronales de la localidad de Hiendelaencina, se presentó el libro “Hiendelaencina, crónicas para una historia”, del que es autor el escritor e historiador Tomás Gismera Velasco, y en el que se recoge el devenir histórico de la población, especialmente en el transcurso de los dos últimos siglos.

Tomás Gismera e Isabel Bancheraud, en la presentación del libro "Hiendelaencina, crónicas para una historia"


   El acto estuvo presentado por la Concejal de Cultura de la localidad, Isabelle Bancheraud, y contó con la asistencia de la corporación municipal, encabezada por su alcalde, D. Mariano Escribano; una amplia representación de la Asociación Cultural Serranía de Guadalajara, así como un numerosísimo público que llenó por completo la sala de actos del Centro Social de la localidad, en donde tuvo lugar el acto.

   Tras la presentación del autor, por parte de la Concejal de Cultural, tomó este la palabra para dar cuenta del porqué de la edición de una especie de “Historia de Hiendelaencina”, que se hacía de alguna manera necesaria a fin de dar a conocer el devenir de esta población a lo largo del tiempo, ya que, hasta ahora, la inmensa mayoría de los trabajos centrados en la localidad se dirigían hacía el descubrimiento de las famosas minas de plata, dejando a un lado el desarrollo urbanístico y humano de lo que hasta 1844 fue un pequeño y apartado lugar de la provincia de Guadalajara, y que rivalizó, a partir de entonces con las localidades de mayor renombre provincial, incluso con la propia capital.


Presentación del libro "Hiendelaencina, crónicas para una historia", en la sala de actos del Centro Social de Hiendelaencina, el 20 de agosto de 2017


   Gismera dio cuenta de los numerosos problemas que el rápido crecimiento del vecindario originaron; del acondicionamiento de calles, accesos e incluso de la lucha constante por que, a la comarca llegase el ferrocarril; e incluso de la rivalidad que entre la cabeza de partido, Atienza, y la nueva Hiendelaencina surgió.


Hiendelaencina, crónicas ara una historia

   Tras la amplia exposición histórica de Hiendelaencina desarrollada por Gismera, se entabló un ameno diálogo con los asistentes, que terminó con la firma de ejemplares.

Hiendelaencina. Memoria de Feria y Plata

Hiendelaencina.
Memoria de Feria y Plata


   Don Cosme Horna Casado, Alcalde que fue de Hiendelaencina en aquello años en los que Hiendelaencina pasó de ser un mísero poblado a convertirse en la “California española”, ideó para su pueblo un  buen número de realizaciones, muchas de las cuales no llegarían a materializarse, aunque lo intentó.


   Durante su mandato, que fue breve en razón a los tiempos que se vivían, y a que los alcaldes no permanecían en sus cargos más de dos años seguidos, para evitar las corruptelas, se trazó parte de la nueva Hiendelaencina que, dejando atrás las casas de lajas de pizarra trataría de convertirse en aquel nuevo pueblo de calles amplias, plazas bien trazadas y edificios a la moderna. Con una gran plaza presidida por una hermosa iglesia, la de Santa Cecilia; una gran posada, la de los mineros; y unas imponentes casas, hasta entonces desconocidas, las de don Antonio Orfila como principales.




   Hiendelaencina entonces pugnaba, dentro y fuera de la provincia por ser, ante todo, un proyecto de futuro. Toda una capital; con sus mesones, sus tabernas, sus casinos, sus casas de lenocinio, su cuartelillo de la Guardia civil, sus pudientes franceses, sus no menos pudientes ingleses, y su enjambre de hombres que iban y venían desde Almadén, de Valencia, de Tamajón o Checa, para meterse en las profundidades de la tierra y tratar de arrancar de aquellas inmensas profundidades la plata que había de servir para fabricar moneda y hacer ricos a unos cuantos. A tantos que, algunos de ellos, como aquel don José María Lens que de militar se pasó a minero y de minero a político, gastó la mitad de su vida en tratar de que Hiendelaencina, porque entonces era más, terminase de una vez por todas con el poderío jurisdiccional de Atienza, y se alzase en cabeza de partido judicial. A punto estuvo de llevarse el gato al agua tras unas agrias y prolongadas sesiones de debate en el pleno de la Diputación provincial.

   Don Cosme Horna Casado, bien asesorado por sus ediles, la mayoría pertenecientes al gremio de la mina, solicitó del Gobierno del reino la realización de dos ferias anuales en la población. Dos ferias, su pueblo no se merecía menos, a celebrarse en la primavera y el otoño. La primera para los últimos días de mayo; la segunda, por fastidiar, coincidiendo con la segunda de Atienza, la tercera semana de septiembre. Para irle quitando a la villa un poco de su lustre.  Se concedieron por Su Majestad la Reina Doña Isabel (q.D.g.), por Real Decreto del mes de mayo de 1861, para los días 22, 23 y 24 de mayo, y para el 16, 17, 18 y 19 de septiembre. Pero ese año, por cuestiones logísticas, no se pudieron celebrar. Por lo que tuvieron que dejar para 1862 el inicio de su historia.
   Ya venía celebrando Hiendelaencina, desde 1848 o 49, uno de aquellos mercados que reunía en su proyecto de plaza Mayor a toda la Serranía y parte de la provincia. Miles de personas, según cuentas, se congregaban en el entorno, con el disgusto de extraños; es decir, de los principales pueblos comarcanos, Cogolludo, Jadraque y Atienza, que veían cómo sus naturales se desplazaban, aunque el viaje les costase tres, cuatro o cinco horas, hasta la minera aldea, para llegar a las últimas novedades y mejores productos que se ofrecían en cien kilómetros a la redonda.

   Aquel desplazamiento tenía sus consecuencias, pecaminosas. La primera porque tenía lugar en domingo, día del Señor. La segunda, porque quienes acudían al mercado de Hiendelaencina no podían hacerlo, porque no se puede estar en dos sitios a la vez, a la iglesia.


La Hiendelaencina de la arquitectura negra quedó en el olvido

   El “desconocido sacerdote de la diócesis de Sigüenza”, que escribió o publicó en 1886 el Nomenclátor de la Diócesis, nos dice que Hiendelaencina celebra –en aquel tiempo- su mercado los domingos: con incalculable perjuicio moral para los pueblos circunvecinos, por celebrarse en ese día, domingo. Nada que ver con el párroco de Zarzuela de Jadraque quien, a través de su Ayuntamiento, movilizó a toda la Serranía para tratar de que el mercado dominguero de Hiendelaencina dejase de celebrarse. El Alcalde de Zarzuela se dirigió, a través de carta digna de todo un académico de la lengua, a los pueblos circunvecinos para hacerles ver que sus administrados se dirigían, sin lugar a dudas, a la antesala del infierno. Al lugar en el que confluían todos los vicios: Hiendelaencina. ¡En domingo!

   La carta fue recibida por los alcaldes de Hiendelaencina, de Arroyo de Fraguas, La Nava, Umbralejo, La Huerce, Palancares, Cabezadas, Robredarcas, Semillas y Navas de Jadraque; los vecinos de los pueblos que, por unas o por otras, tenían que pasar por el término municipal de Zarzuela para dirigirse a Hiendelaencina, a su mercado. A través del párroco, el Ayuntamiento de Zarzuela legisló que quienes pasasen por su término, con carga o sin ella, en dirección o provenientes de Hiendelaencina, en domingo, se arriesgaban a fuertes multas imposibles de pago. Así que los vecinos de los pueblos comarcanos tuvieron la necesidad de hacer un gran rodeo para continuar acudiendo, en domingo, al mercado de Hiendelaencina sin pisar suelo zarzueleño.


La iglesia se edificó entre 1849 y 1852

   La feria primaveral de Hiendelaencina continuó atrayendo a propios y extraños, lo mismo que el mercado dominguero, que siguió celebrándose hasta bien entrado el siglo XX. La feria de septiembre, en cambio, no tuvo nunca ningún éxito. En Atienza había toros, toretes y novillos, que eso siempre atrae en cuanto a la fiesta patronal se refiere. En Atienza se corrían con motivo de su Cristo, y en Hiendelaencina, con mejores carteles, comenzaron a celebrarse novilladas en la década de 1870, estas tenían lugar por Santa Cecilia, que como patrona de la música tiene tiro, pero como atracción para los serranos, en tiempo poco menos que invernal, 22 de noviembre, ninguno.

   Decidió, el Ayuntamiento de Hiendelaencina, bajo el mandato de su honorable Alcalde, don Braulio Cuenca, trasladar las fiestas de la musical Santa Cecilia, a la festividad, tan encumbrada en la comarca, del Santo Pagador: San Miguel, el de septiembre.


La plata dio un nuevo urbanismo a la población

   Las del primer año, 1908, fueron de esas que hacen época, porque además de lidiarse cuatro novillos por los más afamados coletillas de la época, llevaron a Hiendelaencina, por unos días, la luz eléctrica, y a los danzantes de Condemios, que por entonces eran, junto a los galvitos, las mejores representaciones del folclor serrano. También desfiló por sus calles la banda de música del Regimiento de Arapiles, que la música militar, por aquellos lejanos tiempos, añadía caché a cualquier festejo que preciarse quisiera.

   Lo malo fue que, cuando el tiempo no acompaña, todo se tuerce. Al año siguiente las nubes se alborotaron; los vecinos supusieron que aquello era cosa de la Santa, Cecilia, y unos cuantos, año tras año, trataron, el día de la patrona antigua, alborotar al pueblo a fuerza de petardos de dinamita, por hacer ruido. Finalmente las fiestas de San Miguel pasaron a mejor vida y el ayuntamiento capitaneado por D. Vicente Dulce decidió que mejor dejar las cosas como estaban, con Santa Cecilia por patrona y con San Miguel para lo que siempre estuvo: ajustar cuentas.

   La feria de San Miguel de Hiendelaencina, como las ferias del Cristo de Atienza, quedaron para mejor vida. Atienza las perdió, y Hiendelaencina también. No sólo perdieron las fiestas. Perdieron la plata, la población, los novilletes, el alboroto… Vamos, que menos el entorno, o el horizonte, lo perdieron casi todo.


Los feriantes anotaban en las paredes sus transacciones

   Hoy las ferias, de ganado, negocio y apretón de manos tras un suculento alboroque de vino y escabeche son recuerdo. En la Serranía de Guadalajara únicamente quedan, simbolismo de tiempos pasados, las de Hiendelaencina y Cantalojas; la despoblación, esa herida que se nos abrió y continúa supurando, acabó con todo. ¿Alguien será capaz de cicatrizar la herida que supura en nuestra tierra para que eventos como la feria de Hiendelaencina, aunque testimonial sea, continúen celebrándose?
   Don Cosme Horna Casado, el Alcalde que principió una feria, falleció el 21 de septiembre de 1898, pero no cabe duda de que, de vivir, sentiría cierto orgullo al conocer que, perdido en Hiendelaencina y en la Serranía casi todo, ciento cincuenta años después de su comienzo, su feria continua viva, a su manera, pero viva. 



   Sea pues, para estos tiempos que corren, con la plata de Hiendelaencina en el testimonio de las páginas de los libros que de ella hablan, o de la catedral de Arequipa y sus ocho arrobas de plata en custodia minera, la feria de Hiendelaencina, memoria de un tiempo que fue, y quiere continuar siendo.
   
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Semanario Nueva Alcarria. Guadalajara, 16 de junio de 2017

MEMORIA DE ANTONIO ORFILA ROTGER. El “señor de la plata”, de Hiendelaencina, que fue Alcalde de Guadalajara

MEMORIA DE ANTONIO ORFILA ROTGER.
El “señor de la plata”, de Hiendelaencina, que fue Alcalde de Guadalajara



    Don Antonio hizo parte de su fortuna en las minas de Hiendelaencina, un pueblo que comenzó a escribir una nueva historia a partir de 1844, cuando el navarro Pedro Esteban Górriz pasó por allí ejerciendo su oficio y se quedó con la copla de que las tierras de Hiendelaencina, que hasta entonces lo más que habían criado fue tomillo salsero y estepas pringosas, estaban cargadas de plata, de la buena. Y comenzó la aventura de convertir aquel pueblo en la California española.




   Pedro Esteban Górriz se ha llevado la fama, y la gloria, también es cierto que su descubrimiento lo hizo millonario y se retiró de estas tierras llevándose su fortuna a las de nacimiento. Sus descendientes, como suele pasar, se encargaron de dar cuenta de ella.

 Hiendelaencina. Memoria de don Antonio Orfila Rotger, el señor de la plata

   Don Antonio Orfila y Rotger, se convirtió en el socio necesario de los primeros inversores mineros; de don Pedro Esteban Górriz y de aquellos que fundaron la primera sociedad minera de la que surgirían decenas más. Ha pasado a la historia, porque así lo definió don Bibiano Contreras y Rata en su librito “El País de la  Plata”, como administrador del Duque del Infantado por aquellos días; que lo era de don Mariano Téllez Girón, también duque de Osuna y unas cuantas decenas de títulos más. Y su domicilio oficial, el de don Antonio Orfila se encontraba, precisamente, en el palacio del Infantado. El duque tenía tantas casas para elegir que de la que menos se ocupaba en aquellos entonces era del magistral palacio de nuestra capital de provincia. Así que todo era para nuestro don Antonio quien, además de ejercer el cargo de administrador del Sr. Duque desempeñaba los más altos provinciales: ejercía el cargo de lo que conoceríamos como Gobernador civil de la provincia, entonces Gobierno Superior Político, como se define en algunos lugares; cargo que dejó en 1847 en manos de don Juan de la Concha Castañeda; además de hacerlo también, aunque fuese en funciones, como una especie de Presidente de la Diputación  provincial y, por si esto fuese poco, también ejercía como alcalde de la ciudad de Guadalajara. Con lo que podemos bien decir que nada de lo que sucedía en la provincia le era desconocido.


   Su fortuna fue creciendo con el paso de los años, hasta convertirse en una de las más importantes y saneadas del Madrid señorial del siglo XIX, llegándose a levantar un palacete en la calle de Santa Isabel, desde donde dirigir sus negocios, de préstamo, de construcción, de minería, e incluso de pertenencia a unos cuantos consejos de administración, desde las compañías de ferrocarriles o del círculo minero, hasta de aquella tan famosa en nuestros días que trajo el agua a Madrid, la del famoso Canal de Isabel II.

   Su buen y gran amigo, don José Muñoz Maldonado, conde de Fabraquer e inversor de las minas de plata cuando la minería comenzaba a dar sus primeras boqueadas, le dedicó unas cuantas líneas después de la muerte de su hermano don Mateo, fallecido en París como una de las glorias de la ciencia médica: “Tú, querido amigo, llevas el nombre que ha hecho inmortal a tu hermano. Tu vida ha sido tan agitada como la suya. Tú sólo diste crédito al nuevo Farria, a Górriz, y por tu impulso y dirección se desentierran en Hiendelaencina tesoros más abundantes que los fabulosos de la isla de Monte Cristo…”


 Las casas de don Antonio Orfila, en la plaza de Hiendelaencina, se asemejaban a un palacio

   Nació muy lejos de estas tierras, en las de Mahón, en Mallorca, en 1796, de las que salió a recorrer mundo y hacer fortuna cuando cumplió los dieciséis o diecisiete años. De Mallorca a Malta, de Malta a Egipto, al servicio del jedive, donde, por aquello de la aventura, llegó hasta las fuentes del Nilo. Hasta 1820 anduvo por allí negociando, y en el 21 regresó para iniciarlos por aquí; en las Vascongadas con el hierro; en Francia con los transportes por tierra y mar. Hasta que llegó el año 1839 y se plantó en Guadalajara como administrador del duque. Al tiempo que entraba en política y se dirigía a la provincia. Como toda España, poco acostumbrada a aquello de las votaciones, cuando fue elegido presidente del comité electoral por los monárquico-constitucionalistas: Electores de la provincia de Guadalajara… -comenzaba el manifiesto.

   Probablemente, y así lo pintan cuantos lo conocieron y trataron, fue uno de los hombres más inteligentes de su tiempo, a la hora de hacer cuentas, y a la de hacer negocios. Que los hizo cuando don Pedro Esteban Górriz le propuso entrar en  el de la plata y fundaron la Santa Cecilia. Luego del descubrimiento.

   Górriz cogió los cuartos y regresó a Navarra, titulándose “marqués de Hiendelaencina”, mientras que nuestro mallorquín, reconvertido en guadalajareño, se quedó a vivir en el pueblo que comenzaba a emerger, Hiendelaencina, donde no cabe la menor duda de que trazó calles y edificios, además de la gran plaza en la que se reservó lo mejor para levantarse una casa, enfrente de la iglesia, que se asemejaba a un palacio. Tan hermosa que, una vez difunto, y puesta a la venta por su viuda, anunciaba que en ella podían residir muy tranquilamente catorce o quince vecinos.

 Antonio Orfila y suhermano Mateo fueron los artífices de la moderna Hiendelaencina

   Hasta 1860 estuvo por aquí, que voy que vengo de Hiendelaencina a Madrid. En Madrid se dedicaba a los negocios en grande, y aquí se ocupaba de La Oportuna como principal accionista. Fábrica que se puso en venta, y se vendió, en ese 1860 por una buena millonada de reales que incrementaron un poco más el ya crecido patrimonio de don Antonio.

   Lo hizo, vender lo que por Hiendelaencina le quedaba, porque la edad comenzaba a jugarle malas pasadas. Contaba entonces, cuando se desprendió de posesiones, quedándose únicamente con las casas, con 64 años de edad, que entonces era ya bastante respetable.

   Y como suele suceder, los años, y los servicios prestados le comenzaron a dar algún que otro reconocimiento, en forma de grandes cruces y títulos honoríficos, de Carlos III y de Isabel la Católica, entre otras. Sin que todo ello, la edad y los títulos, fuesen inconveniente para que no continuase al frente de vocalías empresariales y consejos de administración.

   Hasta el 27 de julio, día en el que todo se acabó. Falleció de forma casi repentina, como recogió la prensa: ha fallecido en esta Corte, casi repentinamente, el Sr. Antonio Orfila, persona muy conocida y una de las que más contribuyeron al desarrollo de la industria minera de Madrid, y de las que mayores resultados han obtenido de las grandes explotaciones del rico distrito de Hiendelaencina. Dícese que fue acometido de un accidente apoplético a cosa de las cuatro de la tarde, y cuando llegó el Dr. Asuero, que parece fue llamado inmediatamente, le halló ya cadaver… 


   Sucedió en su propio domicilio, vivía entonces en la calle de la Corredera Alta de San Pablo número 27, y de allí partió el cortejo fúnebre a la iglesia de San Martín, donde tuvieron lugar las honras fúnebres al día siguiente.

   Suele pasar desapercibido que ocupó la alcaldía de Guadalajara entre el 31 de marzo de 1844, y el 13 de agosto de 1845.

   También que, a pesar de todos sus títulos y negocios, por encima de todo, porque fue el creador de la nueva Hiendelaencina, le corresponde el de “Señor de la Plata”. Su obra todavía sigue viva en la localidad, que siempre merece una mirada, y una visita a su pasado minero que, en forma de Museo, lo recuerda.

Tomás Gismera Velasco
Semanario Nueva Alcarria
Guadalajara, 8 de junio 2018

HIENDELAENCINA, Doña Asunción Vela y Clementina Albéniz: De cuando la familia Albéniz alegró la fiesta de Santiago

HIENDELAENCINA, Doña Asunción Vela y Clementina Albéniz:
De cuando la familia Albéniz alegró la fiesta de Santiago


   Hubo un tiempo en el que Hiendelaencina llegó a ser la población más productiva, y de mayor crecimiento, de la provincia. Un tiempo en el que la práctica totalidad de las novedades mundanas pasaban por este hoy pequeño y de alguna manera apartado rincón provincial. Un tiempo en el que Hiendelaencina aparecía retratado en medio mundo, con signos de admiración.

   Fue el del descubrimiento de la minería. De la explotación de sus filones de plata. Cuando por aquí pasaron, a más de los mejores ingenieros de Europa, los personajes de la moda de España. También cuando de aquí salieron grandes personajes que hicieron historia, como doña Asunción Vela o Miguel Ruiz de Tejada.



     Si tomamos la breve biografía que sobre doña Asunción Vela López se publica en la Fundación Fernando de Castro, podemos leer: Nacida en Hiendelaencina (Guadalajara), en 1862, estudió en la Escuela de Institutrices, donde obtuvo su título en 1877. Desde 1883 fue profesora de varias asignaturas. A partir de 1889 desempeñó sin interrupción el cargo de Secretaria de las Escuelas, hasta su fallecimiento en Madrid, en 1938.

   Pero su biografía va mucho más allá, pues si bien es cierto que doña Asunción Vela López nació en la localidad, en pleno apogeo de la explotación minera, y falleció en Madrid en 1938, su vida está llena de trabajo en pro de la docencia. Ya que fue una de las maestras más prestigiosas de su tiempo, aunque en Guadalajara su nombre haya pasado desapercibido.




   Siendo casi una niña se trasladó a Madrid, mostrando un notable interés por la cultura. Asistió a las clases para mujeres en el Ateneo de la capital del reino a partir de 1869. Teniendo como maestros a don Fernando de Castro, uno de los grandes pedagogos españoles, y abanderado en pro de la abolición de la esclavitud en el siglo XIX –no olvidemos que España fue uno de los últimos países en abolir la esclavitud-,  y a Gumersindo de Azcárate, desarrollando una labor pedagógica tan pionera como meritoria dentro del marco del krausismo. Conforme nos apunta el profesor Calero Delso; quizá una de las personas que más ha estudiado su obra.

   Y, todavía, con fecha 21 de mayo de 1931, leemos sobre nuestra paisana en el periódico Las Provincias, firmado por doña Natividad Domínguez, con motivo de un homenaje que se le tributa junto a la también profesora Clementina Albéniz Pascual, motivado por la concesión gubernamental de la Medalla de plata al Mérito en el Trabajo:



   Mi admiración y mi cariño por tan ilustres profesoras doña Clementina Albéniz y doña Asunción Vela, comenzó en 1895, en Madrid, en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, en cuya escuela primaria aprendí las primeras letras siendo discípula de ambas, sobre todo de doña Clementina que fue esencialmente mi maestra, mi educadora. Más tarde en este mismo centro, cursé los estudios de profesora de Comercio y luego, cuando ya fui Maestra Superior, tuve también el honor de quedarme adscrita al profesorado de la casa…. A este Centro de Cultura Femenina de enaltecimiento y dignificación de la mujer ha consagrado su vida doña Asunción Vela López, que entró en él de niña para cursar la instrucción primaria, la carrera de Institutriz, y allí se preparó para obtener el 10 de octubre como alumna libre, el título de Maestra de Primera Enseñanza Superior. De 1879 al 80 obtuvo el de Profesora de Comercio, y en 1883 siguió los estudios especiales de Correos y Telégrafos con singular aprovechamiento.

   Doña Asunción se especializó en la Pedagogía Froebeliana y en todo lo concerniente a la enseñanza de párvulos, hasta que en primero de julio de 1887 fue nombrada, por concurso, Secretaria-contadora de la Asociación de Maestras, cargo creado en esa fecha y que años después se dividió en dos, quedando Asunción Vela en el de Secretaria. Simultaneándolo con una intensa labor profesional como profesora de Aritmética, Geografía e Historia de España. Más adelante fue nombrada Directora de estas Escuelas y profesora de Historia Universal en la de Institutrices, a propuesta de don Gumersindo Acárate.



   En 1888 fue nombrada profesora de las asignaturas de Historia Sagrada, Religión, Higiene e Historia de España en la Escuela Preparatoria, distinguiéndose, por su magnífica actuación en el Congreso Pedagógico Hispano Portugués y por sus actividades e iniciativas en pro del mejoramiento de la Enseñanza privada cuando en noviembre de 1907 fue nombrada vocal de la Comisión técnica auxiliar de las escuelas primarias, creada por R.D. de aquella fecha.

     Similar era hasta entonces la biografía de doña Clementina Albéniz Pascual, hermana del genial compositor, y uña y carne de doña Asunción. A lo largo del tiempo, mientras fueron profesoras en Madrid, caminaron juntas por el mundo de la docencia, y hasta pudiéramos pensar que atraída por la provincia de Guadalajara, doña Clementina, de la mano de doña Asunción, plantó su vida, o una parte de ella, en la capital provincial, uniéndose por lazos de matrimonio con un hombre de aquí, don Víctor Ruiz Rojo, un médico natural de Alcolea del Pinar que la dejó viuda pocos años después de casada, y con dos hijos a los que mantener: Víctor Ruiz, quien sería conocido periodista, abuelo del último alcalde de Madrid, y Sara. Tres y cuatro años contaban, cuando les llegó la orfandad. Que solía venir, en aquellos tiempos, acompañada de la correspondiente penuria económica que doña Clementina suplió con sus dotes musicales. Dando ocasionales conciertos de piano, acompañada en ocasiones por su famoso hermano; por sus hijos, dotados como la madre y el tío para la música en otros; y por los réditos que comenzó a generar un despacho de loterías que le fue adjudicado, cuando la vida comenzaba a irle un poco mejor, en la propia capital de nuestra provincia, en la calle Mayor de Guadalajara.

   Su vida se prolongó algunos años más que los de doña Asunción Vela. No muchos, ya que tras setenta y seis años dedicada a la docencia partió hacía el mundo del recuerdo a la edad de noventa y tres años, tras setenta y seis de actividad docente, el 5 de noviembre de 1946.

   Contaba el insigne periodista Luis Cordavias que doña Clementina era asidua de los conciertos de domingo en el teatro Monumental. Lo que nuestro paisano no contaba era que en excepcionales ocasiones se ponía delante del piano y deleitaba, como ella sola sabía, a sus amistades.


   No constan conciertos públicos en la provincia o en la capital, salvo aquel que ofreció, junto a sus hijos, en Hiendelaencina, a donde acudió de la mano de doña Asunción Vela. En unas cuantas ocasiones se la pudo ver pasear junto a sus hijos por las calles de la población minera cuando la plata había dejado de ser el sustento principal del pueblo y sus vecinos comenzaban a vivir del recuerdo de lo que allí hubo.

   Pero la festividad de Santiago de 1897 tuvo un carácter muy especial. De lo vivido aquel día en la población quedó la crónica que dio cuenta de cómo, el pueblo entero, se reunió en la iglesia avisado de que la función tendría protagonistas especiales: la familia Albéniz al completo.



   Y allí estaban doña Clementina y sus hijos Víctor y Sara, que contaban entonces con doce y catorce años de edad y a quienes no les resultaban extrañas las notas del piano, del violín, o el canto: Con motivo de la festividad del Santo Patrón de España se verificó en Hiendelaencina una magnífica función religiosa, solemnidad realizada por las selectas personas que tomaron parte en su ejecución, por una música digna a la vez que transparente, interpretada con muy rara perfección, como por las voces verdaderamente angelicales… Contaba la historia de aquel día mágico.


   Cuentan que junto a doña Clementina se encontraba su hermano, don Isaac, y que ambos se pusieron al piano mientras que don Víctor Ruiz Albéniz rasgaba las cuervas del violín y su hermana, junto a las hijas de don Juan Basabe, uno de los grandes hacendados de la minería, ponía voz a un improvisado concierto que enalteció a quienes lo escucharon: De sus frescas y hermosas voces quedó encantado el auditorio, especialmente en la salve que se cantó al fin de la misa, habiendo quien exclamara: ¡Oh, esto es estar en el cielo, así deben cantar y tocar los coros angélicos!

   Tiempos aquellos en los que  Hiendelaencina se escribía con signos de admiración. De los que queda la memoria, que nos trae los fastos de un tiempo que, por pasado y mejor, no podemos olvidar. Aunque añoremos.
  
  
Tomás Gismera Velasco
Semanario Nueva Alcarria
Guadalajara, 27 de julio, 2018

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