De cuando la familia Albéniz alegró la
fiesta de Santiago
Hubo un tiempo en el
que Hiendelaencina llegó a ser la población más productiva, y de mayor
crecimiento, de la provincia. Un tiempo en el que la práctica totalidad de las
novedades mundanas pasaban por este hoy pequeño y de alguna manera apartado
rincón provincial. Un tiempo en el que Hiendelaencina aparecía retratado en
medio mundo, con signos de admiración.
Fue el del
descubrimiento de la minería. De la explotación de sus filones de plata. Cuando
por aquí pasaron, a más de los mejores ingenieros de Europa, los personajes de
la moda de España. También cuando de aquí salieron grandes personajes que
hicieron historia, como doña Asunción Vela o Miguel Ruiz de Tejada.
Si tomamos la breve
biografía que sobre doña Asunción Vela López se publica en la Fundación
Fernando de Castro, podemos leer: Nacida
en Hiendelaencina (Guadalajara), en 1862, estudió en la Escuela de
Institutrices, donde obtuvo su título en 1877. Desde 1883 fue profesora de
varias asignaturas. A partir de 1889 desempeñó sin interrupción el cargo de
Secretaria de las Escuelas, hasta su fallecimiento en Madrid, en 1938.
Pero su biografía va
mucho más allá, pues si bien es cierto que doña Asunción Vela López nació en la
localidad, en pleno apogeo de la explotación minera, y falleció en Madrid en
1938, su vida está llena de trabajo en pro de la docencia. Ya que fue una de
las maestras más prestigiosas de su tiempo, aunque en Guadalajara su nombre
haya pasado desapercibido.
Siendo casi una niña se trasladó a Madrid, mostrando
un notable interés por la cultura. Asistió a las clases para mujeres en el
Ateneo de la capital del reino a partir de 1869. Teniendo como maestros a don Fernando
de Castro, uno de los grandes pedagogos españoles, y abanderado en pro de la
abolición de la esclavitud en el siglo XIX –no olvidemos que España fue uno de
los últimos países en abolir la esclavitud-, y a Gumersindo de Azcárate, desarrollando una
labor pedagógica tan pionera como meritoria dentro del marco del krausismo. Conforme
nos apunta el profesor Calero Delso; quizá una de las personas que más ha
estudiado su obra.
Y, todavía, con fecha 21 de mayo de 1931,
leemos sobre nuestra paisana en el periódico Las Provincias, firmado por doña Natividad Domínguez, con motivo de
un homenaje que se le tributa junto a la también profesora Clementina Albéniz
Pascual, motivado por la concesión gubernamental de la Medalla de plata al
Mérito en el Trabajo:
Mi admiración y mi cariño por tan ilustres
profesoras doña Clementina Albéniz y doña Asunción Vela, comenzó en 1895, en
Madrid, en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, en cuya escuela
primaria aprendí las primeras letras siendo discípula de ambas, sobre todo de
doña Clementina que fue esencialmente mi maestra, mi educadora. Más tarde en
este mismo centro, cursé los estudios de profesora de Comercio y luego, cuando
ya fui Maestra Superior, tuve también el honor de quedarme adscrita al profesorado
de la casa…. A este Centro de Cultura Femenina de enaltecimiento y
dignificación de la mujer ha consagrado su vida doña Asunción Vela López, que
entró en él de niña para cursar la instrucción primaria, la carrera de
Institutriz, y allí se preparó para obtener el 10 de octubre como alumna libre,
el título de Maestra de Primera Enseñanza Superior. De 1879 al 80 obtuvo el de
Profesora de Comercio, y en 1883 siguió los estudios especiales de Correos y
Telégrafos con singular aprovechamiento.
Doña Asunción
se especializó en la Pedagogía Froebeliana y en todo lo concerniente a la
enseñanza de párvulos, hasta que en primero de julio de 1887 fue nombrada, por
concurso, Secretaria-contadora de la Asociación de Maestras, cargo creado en
esa fecha y que años después se dividió en dos, quedando Asunción Vela en el de
Secretaria. Simultaneándolo con una intensa labor profesional como profesora de
Aritmética, Geografía e Historia de España. Más adelante fue nombrada Directora
de estas Escuelas y profesora de Historia Universal en la de Institutrices, a
propuesta de don Gumersindo Acárate.
En 1888 fue nombrada profesora de las
asignaturas de Historia Sagrada, Religión, Higiene e Historia de España en la
Escuela Preparatoria, distinguiéndose, por su magnífica actuación en el
Congreso Pedagógico Hispano Portugués y por sus actividades e iniciativas en
pro del mejoramiento de la Enseñanza privada cuando en noviembre de 1907 fue
nombrada vocal de la Comisión técnica auxiliar de las escuelas primarias,
creada por R.D. de aquella fecha.
Similar era hasta entonces la biografía de
doña Clementina Albéniz Pascual, hermana del genial compositor, y uña y carne
de doña Asunción. A lo largo del tiempo, mientras fueron profesoras en Madrid,
caminaron juntas por el mundo de la docencia, y hasta pudiéramos pensar que
atraída por la provincia de Guadalajara, doña Clementina, de la mano de doña
Asunción, plantó su vida, o una parte de ella, en la capital provincial,
uniéndose por lazos de matrimonio con un hombre de aquí, don Víctor Ruiz Rojo,
un médico natural de Alcolea del Pinar que la dejó viuda pocos años después de
casada, y con dos hijos a los que mantener: Víctor Ruiz, quien sería conocido
periodista, abuelo del último alcalde de Madrid, y Sara. Tres y cuatro años contaban,
cuando les llegó la orfandad. Que solía venir, en aquellos tiempos, acompañada
de la correspondiente penuria económica que doña Clementina suplió con sus
dotes musicales. Dando ocasionales conciertos de piano, acompañada en ocasiones
por su famoso hermano; por sus hijos, dotados como la madre y el tío para la
música en otros; y por los réditos que comenzó a generar un despacho de
loterías que le fue adjudicado, cuando la vida comenzaba a irle un poco mejor,
en la propia capital de nuestra provincia, en la calle Mayor de Guadalajara.
Su vida se prolongó algunos años más que los
de doña Asunción Vela. No muchos, ya que tras setenta y seis años dedicada a la
docencia partió hacía el mundo del recuerdo a la edad de noventa y tres años,
tras setenta y seis de actividad docente, el 5 de noviembre de 1946.
Contaba el insigne periodista Luis Cordavias
que doña Clementina era asidua de los conciertos de domingo en el teatro
Monumental. Lo que nuestro paisano no contaba era que en excepcionales ocasiones
se ponía delante del piano y deleitaba, como ella sola sabía, a sus amistades.
No constan conciertos públicos en la
provincia o en la capital, salvo aquel que ofreció, junto a sus hijos, en
Hiendelaencina, a donde acudió de la mano de doña Asunción Vela. En unas
cuantas ocasiones se la pudo ver pasear junto a sus hijos por las calles de la
población minera cuando la plata había dejado de ser el sustento principal del
pueblo y sus vecinos comenzaban a vivir del recuerdo de lo que allí hubo.
Pero la festividad de Santiago de 1897 tuvo
un carácter muy especial. De lo vivido aquel día en la población quedó la
crónica que dio cuenta de cómo, el pueblo entero, se reunió en la iglesia
avisado de que la función tendría protagonistas especiales: la familia Albéniz
al completo.
Y allí estaban doña Clementina y sus hijos
Víctor y Sara, que contaban entonces con doce y catorce años de edad y a
quienes no les resultaban extrañas las notas del piano, del violín, o el canto:
Con motivo de la festividad del Santo
Patrón de España se verificó en Hiendelaencina una magnífica función religiosa,
solemnidad realizada por las selectas personas que tomaron parte en su
ejecución, por una música digna a la vez que transparente, interpretada con muy
rara perfección, como por las voces verdaderamente angelicales… Contaba la
historia de aquel día mágico.
Cuentan que junto a doña Clementina se
encontraba su hermano, don Isaac, y que ambos se pusieron al piano mientras que
don Víctor Ruiz Albéniz rasgaba las cuervas del violín y su hermana, junto a
las hijas de don Juan Basabe, uno de los grandes hacendados de la minería,
ponía voz a un improvisado concierto que enalteció a quienes lo escucharon: De sus frescas y hermosas voces quedó
encantado el auditorio, especialmente en la salve que se cantó al fin de la
misa, habiendo quien exclamara: ¡Oh, esto es estar en el cielo, así deben
cantar y tocar los coros angélicos!
Tiempos aquellos en los que
Hiendelaencina se escribía con signos de admiración. De los que queda la
memoria, que nos trae los fastos de un tiempo que, por pasado y mejor, no
podemos olvidar. Aunque añoremos.
Tomás
Gismera Velasco
Semanario
Nueva Alcarria
Guadalajara,
27 de julio, 2018
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