jueves, 11 de octubre de 2018

HIENDELAENCINA, Doña Asunción Vela y Clementina Albéniz: De cuando la familia Albéniz alegró la fiesta de Santiago

HIENDELAENCINA, Doña Asunción Vela y Clementina Albéniz:
De cuando la familia Albéniz alegró la fiesta de Santiago


   Hubo un tiempo en el que Hiendelaencina llegó a ser la población más productiva, y de mayor crecimiento, de la provincia. Un tiempo en el que la práctica totalidad de las novedades mundanas pasaban por este hoy pequeño y de alguna manera apartado rincón provincial. Un tiempo en el que Hiendelaencina aparecía retratado en medio mundo, con signos de admiración.

   Fue el del descubrimiento de la minería. De la explotación de sus filones de plata. Cuando por aquí pasaron, a más de los mejores ingenieros de Europa, los personajes de la moda de España. También cuando de aquí salieron grandes personajes que hicieron historia, como doña Asunción Vela o Miguel Ruiz de Tejada.



     Si tomamos la breve biografía que sobre doña Asunción Vela López se publica en la Fundación Fernando de Castro, podemos leer: Nacida en Hiendelaencina (Guadalajara), en 1862, estudió en la Escuela de Institutrices, donde obtuvo su título en 1877. Desde 1883 fue profesora de varias asignaturas. A partir de 1889 desempeñó sin interrupción el cargo de Secretaria de las Escuelas, hasta su fallecimiento en Madrid, en 1938.

   Pero su biografía va mucho más allá, pues si bien es cierto que doña Asunción Vela López nació en la localidad, en pleno apogeo de la explotación minera, y falleció en Madrid en 1938, su vida está llena de trabajo en pro de la docencia. Ya que fue una de las maestras más prestigiosas de su tiempo, aunque en Guadalajara su nombre haya pasado desapercibido.




   Siendo casi una niña se trasladó a Madrid, mostrando un notable interés por la cultura. Asistió a las clases para mujeres en el Ateneo de la capital del reino a partir de 1869. Teniendo como maestros a don Fernando de Castro, uno de los grandes pedagogos españoles, y abanderado en pro de la abolición de la esclavitud en el siglo XIX –no olvidemos que España fue uno de los últimos países en abolir la esclavitud-,  y a Gumersindo de Azcárate, desarrollando una labor pedagógica tan pionera como meritoria dentro del marco del krausismo. Conforme nos apunta el profesor Calero Delso; quizá una de las personas que más ha estudiado su obra.

   Y, todavía, con fecha 21 de mayo de 1931, leemos sobre nuestra paisana en el periódico Las Provincias, firmado por doña Natividad Domínguez, con motivo de un homenaje que se le tributa junto a la también profesora Clementina Albéniz Pascual, motivado por la concesión gubernamental de la Medalla de plata al Mérito en el Trabajo:



   Mi admiración y mi cariño por tan ilustres profesoras doña Clementina Albéniz y doña Asunción Vela, comenzó en 1895, en Madrid, en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, en cuya escuela primaria aprendí las primeras letras siendo discípula de ambas, sobre todo de doña Clementina que fue esencialmente mi maestra, mi educadora. Más tarde en este mismo centro, cursé los estudios de profesora de Comercio y luego, cuando ya fui Maestra Superior, tuve también el honor de quedarme adscrita al profesorado de la casa…. A este Centro de Cultura Femenina de enaltecimiento y dignificación de la mujer ha consagrado su vida doña Asunción Vela López, que entró en él de niña para cursar la instrucción primaria, la carrera de Institutriz, y allí se preparó para obtener el 10 de octubre como alumna libre, el título de Maestra de Primera Enseñanza Superior. De 1879 al 80 obtuvo el de Profesora de Comercio, y en 1883 siguió los estudios especiales de Correos y Telégrafos con singular aprovechamiento.

   Doña Asunción se especializó en la Pedagogía Froebeliana y en todo lo concerniente a la enseñanza de párvulos, hasta que en primero de julio de 1887 fue nombrada, por concurso, Secretaria-contadora de la Asociación de Maestras, cargo creado en esa fecha y que años después se dividió en dos, quedando Asunción Vela en el de Secretaria. Simultaneándolo con una intensa labor profesional como profesora de Aritmética, Geografía e Historia de España. Más adelante fue nombrada Directora de estas Escuelas y profesora de Historia Universal en la de Institutrices, a propuesta de don Gumersindo Acárate.



   En 1888 fue nombrada profesora de las asignaturas de Historia Sagrada, Religión, Higiene e Historia de España en la Escuela Preparatoria, distinguiéndose, por su magnífica actuación en el Congreso Pedagógico Hispano Portugués y por sus actividades e iniciativas en pro del mejoramiento de la Enseñanza privada cuando en noviembre de 1907 fue nombrada vocal de la Comisión técnica auxiliar de las escuelas primarias, creada por R.D. de aquella fecha.

     Similar era hasta entonces la biografía de doña Clementina Albéniz Pascual, hermana del genial compositor, y uña y carne de doña Asunción. A lo largo del tiempo, mientras fueron profesoras en Madrid, caminaron juntas por el mundo de la docencia, y hasta pudiéramos pensar que atraída por la provincia de Guadalajara, doña Clementina, de la mano de doña Asunción, plantó su vida, o una parte de ella, en la capital provincial, uniéndose por lazos de matrimonio con un hombre de aquí, don Víctor Ruiz Rojo, un médico natural de Alcolea del Pinar que la dejó viuda pocos años después de casada, y con dos hijos a los que mantener: Víctor Ruiz, quien sería conocido periodista, abuelo del último alcalde de Madrid, y Sara. Tres y cuatro años contaban, cuando les llegó la orfandad. Que solía venir, en aquellos tiempos, acompañada de la correspondiente penuria económica que doña Clementina suplió con sus dotes musicales. Dando ocasionales conciertos de piano, acompañada en ocasiones por su famoso hermano; por sus hijos, dotados como la madre y el tío para la música en otros; y por los réditos que comenzó a generar un despacho de loterías que le fue adjudicado, cuando la vida comenzaba a irle un poco mejor, en la propia capital de nuestra provincia, en la calle Mayor de Guadalajara.

   Su vida se prolongó algunos años más que los de doña Asunción Vela. No muchos, ya que tras setenta y seis años dedicada a la docencia partió hacía el mundo del recuerdo a la edad de noventa y tres años, tras setenta y seis de actividad docente, el 5 de noviembre de 1946.

   Contaba el insigne periodista Luis Cordavias que doña Clementina era asidua de los conciertos de domingo en el teatro Monumental. Lo que nuestro paisano no contaba era que en excepcionales ocasiones se ponía delante del piano y deleitaba, como ella sola sabía, a sus amistades.


   No constan conciertos públicos en la provincia o en la capital, salvo aquel que ofreció, junto a sus hijos, en Hiendelaencina, a donde acudió de la mano de doña Asunción Vela. En unas cuantas ocasiones se la pudo ver pasear junto a sus hijos por las calles de la población minera cuando la plata había dejado de ser el sustento principal del pueblo y sus vecinos comenzaban a vivir del recuerdo de lo que allí hubo.

   Pero la festividad de Santiago de 1897 tuvo un carácter muy especial. De lo vivido aquel día en la población quedó la crónica que dio cuenta de cómo, el pueblo entero, se reunió en la iglesia avisado de que la función tendría protagonistas especiales: la familia Albéniz al completo.



   Y allí estaban doña Clementina y sus hijos Víctor y Sara, que contaban entonces con doce y catorce años de edad y a quienes no les resultaban extrañas las notas del piano, del violín, o el canto: Con motivo de la festividad del Santo Patrón de España se verificó en Hiendelaencina una magnífica función religiosa, solemnidad realizada por las selectas personas que tomaron parte en su ejecución, por una música digna a la vez que transparente, interpretada con muy rara perfección, como por las voces verdaderamente angelicales… Contaba la historia de aquel día mágico.


   Cuentan que junto a doña Clementina se encontraba su hermano, don Isaac, y que ambos se pusieron al piano mientras que don Víctor Ruiz Albéniz rasgaba las cuervas del violín y su hermana, junto a las hijas de don Juan Basabe, uno de los grandes hacendados de la minería, ponía voz a un improvisado concierto que enalteció a quienes lo escucharon: De sus frescas y hermosas voces quedó encantado el auditorio, especialmente en la salve que se cantó al fin de la misa, habiendo quien exclamara: ¡Oh, esto es estar en el cielo, así deben cantar y tocar los coros angélicos!

   Tiempos aquellos en los que  Hiendelaencina se escribía con signos de admiración. De los que queda la memoria, que nos trae los fastos de un tiempo que, por pasado y mejor, no podemos olvidar. Aunque añoremos.
  
  
Tomás Gismera Velasco
Semanario Nueva Alcarria
Guadalajara, 27 de julio, 2018

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