domingo, 1 de diciembre de 2019

HIENDELAENCINA: EL HOMBRE DE PLATA

HIENDELAENCINA: EL HOMBRE DE PLATA
Pedro Esteban Górriz, el hombre que cambió la historia de la provincia


     Don Pedro Esteban, dueño de una figura de marqués, o de intelectual del siglo XIX, hubiese disfrutado llevando entre sus títulos uno acorde a su estampa de caballero hidalgo; descendía de unos cuantos bizarros militares distinguidos a golpe de sable en batallas reñidas por tierras navarras y aragonesas contra el invasor francés, en aquella mal llamada “Guerra de la Independencia” que fue, más que de Independencia, de lucha contra el invasor que trató de imponer, a más de sus reyes, su idioma; entre otras muchas cosas. Su padre fue uno de los más valientes coroneles que sirvió a las órdenes del General Mina por tierras de Aragón. Don Pedro, paseando por las calles de Pamplona, ciudad a la que acudió a rendir las cuentas de sus últimos años de vida, fue conocido como el “Marqués de Hiendelaencina”, título que paseó por cafés y casinos, y dejó en alguno de sus muchos negocios, e incluso en el panteón que eligió para ser enterrado cuando la gloria de la vida dejó paso al recuerdo de la muerte.



   Don Pedro Esteban Górriz, que vivía en el número 22 de la famosa y torera calle de la Estafeta, en la década de 1850 estaba convertido en uno de los mayores inversores de Pamplona. Pocas industrias eran las que la varita mágica de su mano no tocaba: hoteles, bodegas e inversiones en el apasionante mundo del ferrocarril no escaparon a su dinero; un dinero que, además, le confirió las vicepresidencias de la Sociedad Minera Nacional –que presidió el conde de  la Retamosa-, y del Partido Progresista de Navarra, presidido honoríficamente por don Joaquín Aguirre de la Peña, quien tanto se distinguió en la Revolución de 1868. Sus idas y venidas, las de don Pedro Esteban Górriz, a través de España, las recogió la prensa de su tierra con la indicación de que “sabe gastar en beneficio de su país, el dinero que le ha regalado la fortuna”. Y no, no le toco la lotería.

   Si bien es cierto que no nació en la capital; en la provincia de Guadalajara tampoco. Lo hizo en Subiza el 17 de septiembre de 1804, hijo de Lucas Górriz, el coronel del tercer batallón de Voluntarios de Mina que murió en la acción del Carrascal, en las cercanías de Sangüesa, combatiendo contra los franceses en el mes de febrero de 1811.

   También era sobrino de José Górriz, quien sustituyó a su hermano al frente de aquél. José Górriz fue fusilado por los franceses en la Ciudadela de Pamplona en octubre de 1814, hecho este que le hizo merecedor del título de Primer mártir de la Libertad,  y de un acuerdo de las Cortes de 1821 mandando que su nombre se inscribiera en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Pamplona.

   Don Pedro Esteban Górriz, nuestro marqués, recibió la más esmerada educación en el colegio que los Padres Escolapios tenían en Sos del Rey Católico (Zaragoza), y muy joven todavía, estuvo agregado –en honor a su apellido- al Estado Mayor del General Mina en Cataluña y Navarra. Concluida la guerra entró al servicio del general y se ocupó, como persona de su confianza que era, de llevar y traer correspondencia entre Mina y sus correligionarios liberales de Navarra, hasta que hecho preso en una de las puertas de Pamplona, fue encarcelado y trasladado a Sevilla y Cádiz, acusado de conspirar contra el gobierno del nefasto Fernando VII. Contaba, don Pedro Esteban, diecisiete años en el momento de su detención, y veintiuno cuando obtuvo la libertad y contrajo matrimonio con Dolores de Moreda.

   Antes de arribar a Guadalajara, capital, montó alguna que otra industria por Talavera, Madrid y Sevilla. Industrias relacionadas con la perfumería, los tintes y los estampados que no le fueron del todo bien; pues tanto dinero como invirtió en ellas, procedente del patrimonio de su esposa, tanto dinero perdió. Por lo que optó por hacerse Agrimensor. Título que obtuvo en la década de 1830. Con él se presentó en nuestra capital para ejercer el honroso cargo para el que fue nombrado.

   En los montes de esta provincia se hallaba en labores propias de su profesión, cuando se le presentó un emigrado político pidiéndole amparo para librarse de las persecuciones que sufría. Pedro Esteban Górriz, ciertamente, le protegió y le salvo, pero esta acción tuvo un alto precio para el navarro, el de la privación de su libertad durante cuatro años; el embargo de su mobiliario, y el verse envuelto en un complejo proceso judicial. La condena la cumplió en la prisión de Rioseco, en donde ejerció de escribiente hasta que fue indultado; mientras su mujer e hijos estuvieron residiendo, o penando la vida y malviviendo, en Sigüenza.

   Hay que decir que desde muy niño mostró una gran afición por la mineralogía; esto, y su carácter emprendedor, le llevaron a recorrer y a analizar los montes de nuestra tierra.

   La sorpresa la encontró el navarro en el término municipal de Hiendelaencina cuando realizaba aquí unas exploraciones del terreno, como parte de su oficio. Allí, en aquellas tierras, encontró unos importantes yacimientos de plata que rápidamente los convirtió en minas. Inscribió en el registro las de Santa Cecilia, Suerte y Fortuna. Y comenzó a hacerse rico. Muy rico. Mucho más cuando, tras darse a conocer los hallazgos primeros, los grandes inversores comenzaron a llegar a Hiendelaencina. Don Pedro Esteban, que registró a su nombre los mejores terrenos, comenzó a vender participaciones y, al final, todo el accionariado de sus sociedades por astronómicas cantidades para aquellos lejanos tiempos. Tanto dinero reunió que llegó a convertirse en una de las personas de mayor capital de España. Convirtiéndose en un mito viviente.

   Aquellos dos o tres primeros pozos que don Pedro registró el 14 de junio de 1844, Santa Cecilia, Suerte y Fortuna, al año siguiente se habían multiplicado hasta llegar a los cerca de dos centenares.

   Y no, no sólo invirtió en Hiendelaencina en el mundo de la minería con aquel capital que comenzó a llenar sus arcas; también lo hizo en las poblaciones aledañas, e incluso en Barbatona, donde registró un pozo con el nombre de “Virgen de la Salud” –no podía llamarse de otra manera-. En Alcuneza explotó el carbón, y en Navarra el hierro y el cinabrio. Dirigió y fundó periódicos, e incluso fue concejal del Ayuntamiento de Pamplona durante largos años. Mucho antes de que su nieto,  don Javier, llegase a la alcaldía.

   La leyenda, a su muerte,  continuó, dando cuenta de que había descubierto las minas de plata de Hiendelaencina por casualidad, o por inspiración divina, que no fue tal. Al tiempo que se llegó a decir que cuando llegó a Hiendelaencina era poco menos que un pobrecito sin arte ni oficio. Sus hijos se encargaron de desmentir todo aquello, dando cuenta de la nobleza de su estirpe y de que las minas no se descubrieron por casualidad, sino tras un estudio laborioso y concienzudo.







   Hijos que se encargaron de ir dilapidando poco a poco la fortuna que logró nuestro gran hombre. Como suele suceder, en ocasiones se llega a pensar que el dinero, cuando es mucho, no se acabará, pero sí que se termina. Del hijo dilapidador, dedicado a la vida hermosa y bella de vivir del cuento, en el sentido literal de la palabra, pues fue algo así como escritor y actor de teatro, además de poeta, nos dejó un hermoso retrato otro de sus casi paisanos, don Pío Baroja; sus escritos los firmó como “Pedro Górriz (hijo)”; Baroja también retrató a sus hijas (las del escritor), nietas de nuestro descubridor, Eloísa e Isolina. De la hija de don Pedro apenas quedó otro rastro que el nombre de su marido, don Claudio Arvizu, oficial del Ayuntamiento de Pamplona; y el de su nieto, don Javier de Arbizu y Górriz, nacido en la casa de los marqueses de San Adrián, en Tudela, y que llegó a ocupar la alcaldía de la capital navarra.

   Al morir don Pedro Esteban de Górriz y Artazcoz, ya era viudo de doña Dolores Moreda, fallecida en 1865; y se encontraba asociado, en alguno de sus negocios, con aquel capitán Muñoz que recibió el título nobiliario de Duque de Riansares al casarse con la reina madre viuda –de don Fernando VII-, doña María Cristina. Al morir, decía, se le calculaba una fortuna de 3.000.000 de reales.    

   Falleció en Pamplona, el 10 de septiembre de 1870 y fue enterrado al día siguiente en su propio panteón. Un panteón que, pasados los años, y abandonado, fue utilizado para recibir el cuerpo de otro grande de la historia navarra, don Martín Melitón Pablo de Sarasate.

   Don Pedro Esteban Górriz nunca lo recibió, pero pasó a la historia de su tierra como el “Marqués de Hiendelaencina”. Y en nuestra tierra, en Hiendelaencina, dejó su nombre para la historia. Había descubierto sus minas de plata. Logrado que, aunque fuese a través de otros socios, se transformase un pueblo. Y su nombre se inscribió en la piedra; en aquella que, todavía hoy, dice lo de: “Santa Cecilia, primera mina de plata descubierta en este término por don Pedro Esteban Goriz en 2 de junio de 1844”. Y su rastro aún se puede seguir, a través de su Museo de la Plata.


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara

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