TIEMPOS DE FERIA.
Memoria de las ferias de otoño, en la provincia
Cualquier estudio que tomemos en torno a las ferias, nos dirá que los precedentes más remotos en cuanto a estas manifestaciones comerciales se refiere se encuentran en la celebración de mercados especiales junto a los templos en las ciudades de la antigua Grecia.
También nos dirán que las más antiguas que se celebran en España son las de Belorado (Burgos), y en la provincia de Guadalajara, documentadas al menos, las de Brihuega, que se remontan al año de gracia de 1215.
La concesión de una feria suponía el rápido florecimiento industrial y mercantil del centro urbano en el que se desarrollaba, por lo que en muchas ocasiones los reyes otorgaron el privilegio de celebrar uno de estos mercados a lo largo de varios días a localidades recién reconquistadas como forma de favorecer su repoblación; así, en el siglo XIII se produjeron numerosas concesiones como consecuencia del avance experimentado por la Reconquista, y comenzaron a celebrarse muchas de las hoy conocidas que, todo sea dicho, han pasado a la historia. Pues aquellas ferias de las que hablamos, en las que las transacciones principales tenían relación con el campo, la agricultura, la ganadería y el comercio a pequeña escala, han desaparecido.
A pesar de ello tuvieron su tiempo y fueron, en su tiempo, el origen en no pocas ocasiones de la prosperidad de muchos de nuestros pueblos; tanto que obtenida una primera concesión solicitaron una segunda, de manera que hubo ferias de primavera, y ferias de otoño. Cada una de ellas con su comercio, y con su negocio. Las de primavera abastecían de las necesidades propias a los agricultores para las labores del campo; las de otoño, si la cosecha fue buena, llenaban la bolsa de los feriantes, al tiempo que cobraban lo que se dejó a deber en la anterior.
Ferias que en numerosas ocasiones se entremezclaron con los mercados, y que en otras crecieron a partir de ellos, como sucedió en Alcocer, población a la que Alfonso X concedió privilegio para su celebración coincidiendo con San León, el 23 de octubre de 1252, y que celebró desde aquellos días, y hasta la entrada de la década de 1960, los días 21, 22 y 23 de febrero.
No tenían demasiado éxito las ferias invernales. El frío, el agua y la nieve restaban concurrencia a los feriales y tal vez por ello se pidió la segunda oportunidad, para septiembre u octubre. Lo hizo Atienza, que celebraba las de invierno-primavera después de la Pascua, y comenzó a celebrarlas, a partir de 1799, del 15 al 23 de septiembre.
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Almonacid de Zorita la celebró en la segunda semana de septiembre; seguido por Brihuega, que le tomaba el relevo, para hacerlo del 14 al 16, hasta mediados del siglo XIX que decidió cambiar a los mismos días del mes de octubre, manteniendo una invernal en los últimos días de febrero, por delante de la de Tendilla. Y en Cifuentes, desde que obtuvo la concesión en el mes de julio de 1767, se celebran las ferias de Todos los Santos del 28 al 30 de octubre. Mediado el mes de septiembre se celebraba en Cogolludo
Se celebraron grandes ferias en Guadalajara en distintas fechas y meses, estableciéndose a partir de 1877 entre los días 14 al 17 de octubre, con gran ferial de ganado entre el Paseo de San Roque y el camino del Chorrón, y declarándose como abrevaderos las fuentes de Santa Ana, Alamín, la Concordia y San Roque. Así se celebraron hasta 1941 que se pasaron al mes de septiembre, para hacerlas coincidir con las fiestas de la Virgen de la Antigua, y cambiando el ferial de ganado a la Huerta de la Limpia.
Ferias de primavera y otoño celebró Hiendelaencina en el apogeo de su plateresca prosperidad; las de primavera entre el 22 y el 24 de mayo; las de otoño del 16 al 19 de septiembre para competir con las atencinas, con las que, desde mediado el siglo XIX, entabló competencia, y ambas localidades perdieron. En Trillo también tenía lugar la feria en estos mismos días.
En Hita se celebraron, desde el siglo XV, coincidiendo con San Miguel, el 29 de septiembre. Horche las celebró desde 1842 entre el 10 y el 14 de octubre, y desaparecidas estas se retomaron en los primeros años de la década de 1940 en coincidencia con San Miguel de septiembre, pero no cuajaron. Al contrario de lo que sucedió en Jadraque, donde sus ferias de septiembre, en torno a San Mateo, llegaron a estar entre las más populares y concurridas de la provincia.
También Maranchón se sumó al mundo de las ferias en los inicios del siglo XIX, celebrándola desde 1805 con motivo de la festividad de la Virgen de los Olmos, en torno al 8 de septiembre. Su vecino Milmarcos celebró las de San Martín el 11 de noviembre; en torno a San Francisco, 4 de octubre, se celebraron tradicionalmente en Molina de Aragón, al igual que en Sigüenza, que también las tuvo de primavera; por San Andrés, 30 de noviembre, en Mondéjar; y en la tercera semana de octubre se terminaron celebrando las de Pastrana, autorizadas las otoñales desde 1869.
Cantalojas, en el último rincón de la Serranía, subió al carro de las ferias en 1948, celebrándola del 12 al 14 de octubre; así lo anduvo haciendo hasta la década de 1960, en que sucumbió a la emigración y mecanización del campo, para retomarla en 1985, concretándola en un solo día, en torno al 12 de octubre. También en 1948, tras un siglo de suspensión, se retomaron las de Pareja, entre el 8 y el 10 de septiembre. Por las mismas fechas, y desde época medieval, se celebraron en Tamajón.
Un año antes que Cantalojas, en 1947, logró su concesión El Cardoso de la Sierra, celebrándola, durante algunos años, y hasta su desaparición, como la mayoría de ellas en la década de 1960, del 6 al 8 de septiembre.
Tres años después, a partir de 1950, comenzaron a celebrarse en la última localidad de la provincia que obtuvo esta concesión, Driebes, señalándose los últimos días de septiembre y primeros de octubre para llevarlas a cabo, y en donde se comercializó, principalmente, el esparto.
Taracena fue población que no gozó de privilegio de feria, pero durante algunos años, en el primer tercio del siglo XIX, al encontrarse a medio camino entre Torija, cuya feria tenía lugar en torno al 18 de octubre, y Guadalajara, en coincidencia con las que se celebraban en estas, en sus alrededores se reunían tratantes y comerciantes para llevar a cabo sus transacciones y evitarse pagar los impuesto correspondientes en los otros lugares del camino, hasta que intervinieron los gobiernos, municipales y civiles, y la desbarataron en 1845.
Luego estaban las ferias de marzo, de abril y mayo. Entre junio y los primeros días de septiembre quedaban en suspenso. Estos meses los agricultores se dedicaban a la labor del campo. Y entre medias los mercados, a celebrarse todos los días de la semana, domingos incluidos a pesar del disgusto del clero, en cualquier parte del orbe provincial.
Mercados que al igual que las ferias comenzaron a ser regulados, primeramente a través de los fueros locales, de lo que nos queda amplia referencia en el Fuero de Brihuega, y más tarde, generalmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se dota de poder suficiente a los ayuntamientos para que los establezcan de conformidad con las leyes municipales que por entonces se dictan, o a través de las propias ordenanzas municipales, cuando las tuvieron.
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Pero a las ferias no sólo iba el campesino, usuario mayoritario de las de granos y ganados, a comprar o vender. A ellas también se acudía a relacionarse y, por supuesto, a conocer los avances de la industria y, por qué no, compartir experiencias en cuanto a cultivos o ganados con otros ganaderos y agricultores.
Son igualmente las ferias y mercados, en épocas señaladas, lugares para la contratación de agosteros, temporeros, mozos o pastores; desarrollándose a su alrededor toda una pléyade de oficios, entre los que no pueden faltar los del esquileo de mulas, o el herraje de las caballerías.
A la feria, por lo general, no falta el aladrero –constructor de arados-; el hocero –fabricante de hoces-; el albardero –de albardas-; e incluso el albarquero –de albarcas-. Ni el chalán, tratante, muletero o mediador que, a cambio de unas monedas, tratará de poner de acuerdo a comprador y vendedor en el negocio de la adquisición de compra-venta de ganado. Oficios estos, y muchos otros, para el recuerdo.
Ahora la inmensa mayoría de ellas son historia. Historia recogida en un libro que hace recuerdo de lo que de ellas fue. Al menos para que no se borre su memoria.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 9 de octubre de 2020
EL VALLE DE LA SAL. LA NOVELA (Pulsando aquí)
LAS FERIAS DE COGOLLUDO Y SU ENTORNO
LA FERIA DE JADRAQUE
LA FERIA DE BRIHUEGA
MARANCHÓN, Y SUS MULETEROS
GUADALAJARA, FERIAS Y MERCADOS